Ronin (Frank Miller, DC Comics 1984)



Aquí está  la ambición suicida  que propulsaría su obra posterior



A estas alturas no vamos a descubrir a Frank Miller a nadie, pero reconozco haber aplazado muchas veces la lectura de Ronin por ser considerada una de sus obras menores, la crisálida de Sin City, sus Batman y demás. Pues resulta que este cómic publicado en seis entregas por DC hace casi ya tres décadas no es en absoluto embrionario: Ronin es una criatura autónoma y rebosante de energía que parece querer escapar del pliego y expandirse como los tejidos biónicos del ente protagonista.
Miller bebe de Moebius y el art nouveau, del género chambara y el cyberpunk, superponiendo el Japón feudal con el trazado del alcantarillado neoyorquino y trabajando con todo ello como si pigmentase flores: muta constantemente su dibujo, de un muralismo adrenalítico que ya resulta inconfundible; muta también el guión, posiblemente el más osado de su carrera; y por supuesto usando ese discurso-apisonadora hiperviolento que tanto nos gusta.
Con sus excesos y riesgos innecesarios Ronin se apunta, en definitiva, el tanto de ambición suicida que propulsaría su obra posterior. Y sin su obra posterior el cómic actual seria, no lo olvidemos, otra cosa.

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